jueves, 29 de mayo de 2008

La muda



La habían planeado mujer, la concibieron sin palabras. Ella, su madre, la gestó muda. Él, su padre nunca le habló a su madre. Ella, su madre, la abandonó al olvido. Ellos, sus padres, se dieron a la fuga.

La llamaban la muda. La creían sin palabras, la pensaban sin pensamientos. La trataban como un animal, la sabían sin lenguaje. Le quitaron la dignidad, la condenaron a la miseria, la encerraron en una jaula, la castigaron con los silencios.

La esclavizaron a lo salvaje, la enjaularon en una selva, la consagraron virgen violada, la forzaron a la reserva. Le sustrajeron la inocencia, la presumieron enferma, le comprimieron el orgullo, la aprisionaron en su indignidad.

Ahora les habla la muda. Y es a mí a quien sometieron; ya no sabré pensar, ya no sabré parir.

Se vieron crímenes y atrocidades, se supusieron afonías ante calamidades.

Hoy, la muda no sabe hablar. Hoy, la muda va a escribir.

29/05/08

lunes, 26 de mayo de 2008

Repartidor


Llegó carta de Córdoba. Esta vez era un hombre de unos cuarenta y tantos, en un viaje de trabajo que se había extendido varios meses. Llevaba medio año sin ver a su esposa, la extrañaba tanto, y deseaba saludarla como lo hacía todas las mañanas, con un cálido beso en el desayuno, una mirada tierna, una caricia en el pelo. Vivía en un barrio de Capital, una zona tranquila, librada de las obras en construcción que tanto molestaban en esos días. Se encaminó hacia la dirección que indicaba el papel. Tomó los recaudos de seguir al pie de la letra las instrucciones detalladas por el signatario. Al bajar del colectivo, anduvo las cinco cuadras, media a la derecha, cruzó. Se encontró efectivamente, tal como lo anticipaba la nota, con una puerta de madera henchida, de un verde estropeado y abundante perfume a humedad. Tocó una vez el timbre, dejó pasar tres segundos y reiteró el toquido, pero con una pausa mínima; lo que se extendió a tres veces. Por la ventana asomóse, husmeando entre las cortinas, un pequeño perro de orejas largas, flacas y entristecidas (le recordaba a una fotografía de su abuelo cuando niño). Segundos más tarde una voz asombrosamente femenina sucumbió, causando la huída del can y un ligero ladrido pequinés. El ojo de la mujer portadora de aquella voz hizo su primera aparición a través del ojillo de la puerta. Corroboró que el repartidor tuviera la seña de la que le había advertido y con un alegre golpe seco, abrió la puerta. Sin emitir palabra, extendió su brazo en señal de que pasara. Eugenio, acostumbrado a aquel tipo de situaciones, olvidó por completo sentirse incómodo. En cambio logró apreciar los delgados huesos de la señora, que junto con una piel pegada a ellos, consolidaban una imagen cuasi imperceptible. La tomó por la espalda con su brazo derecho, con el izquierdo terminó de cerrar la puerta. Luego, corrió el mechón de pelo que tenía ella sobre su cara, lo extendió hacia atrás y lo sostuvo con la mano sobre el resto de la mata de cabello. Había quedado impresionado con los ojos. Si bien ya había visto un anticipo a través de la mirilla de la puerta, notó sin su mediación lo increíblemente hundidos y grises que resultaban. Admiró también la finura de sus labios, la flacidez de las mejillas. Todo en ella conformaba una estupenda silueta humana. Una ráfaga de responsabilidad turbó su admiración hacia aquella dama. Miró una vez más sus ojos, hizo una caricia perruna en su cabeza y le dio un beso seco. Se echó hacia atrás para recibir la respuesta con todo su ser. Aureliana, con un gesto de aprobación, entreabrió la boca, mostrando unos enormes dientes alineados con rectitud de regla, blancos, cuidados con extrema conciencia. Se acercó hacia la boca de él y juntos compusieron un arrumaco sensible, decoroso y pasional. Pasados unos minutos, cuando ambos hubieron quedado saciados de tanto besuqueo, ella, sonrojada se tornó de espaldas, sacó de entre sus pechos un fajo de billetes y con confianza lo introdujo en el bolsillo de la camisa del repartidor. Él, cumplido, hizo un gesto sacándose la boina, con una seriedad impenetrable abrió la puerta, marchándose sin soltar las gracias.

22/05/08