martes, 24 de febrero de 2009

Disparador


Se escuchó. Tibio, sordo, esperanzador. En aquella noche sofocante, el calor abrasaba los cuerpos. Eran cuatro. Todos pelados, colgados, las peladas colgaban hacia el costado, como si nada.

Sí, había sonado. Una vez. Se había confundido con los sonidos arrasadores de las motocicletas. Pero a nadie le quedaba dudas, era un disparo, ineludiblemente. Tenían que inventarlo para que saliera un tema de escritura. No toleraban más estar ahí, callados, a la expectativa, cada uno sumido en cavilaciones de toda índole. Los cuatro escribían sobre disparos y esos disparos, que eran cuatro, sonaban en ecos.

Uno tomaba su cabeza, exprimiéndola para encontrar la víctima de aquel disparo.

Otro, atento a su alrededor, buscaba la situación propensa para que se produjera aquel suceso.

La otra, masticando el bolígrafo, le sacaba punta a las causas, las motivaciones que habían conducido a ese hecho ya consumado.

Pero ninguno de ellos veía que la víctima de aquel disparo eran esas cuatro hojas en blanco que habían sido masacradas con palabras vomitadas, con balas de tinta consumiéndose.

La situación era aquella. Ese bar, con luz tenue, el reggae sonando de fondo, un suave murmullo en la parte trasera. Los bolígrafos en carrera, persiguiendo ideas que se escapaban. Los dedos inquietos, taladrando el vacío de argumentos. Los vasos vacíos, el culo de la cerveza. El cenicero apenas usado. Y las motos con vestigios de motor-disparo. Era aquel disparador.

La causa, las motivaciones. Un bloqueo comunitario. El vacío, ante la multitud de otras ideas. Pues los disparos tienden a producir una sensación de gran magnitud. Quién no tendría nada que decir frente a un disparo. Desde el más frío y violento, hasta el más piadoso y compasivo tendría que aludir a aquel hecho. Espectáculo de bárbaros, drama, tragedia, espanto, temor. Era el motivador, el disparador que todos precisaban.

La víctima: este cuento mutilado, sumergido en cerveza tibia, olvidada.

La trama: imposible divisarla, se la había ocultado detrás de todas las palabras, o se habían perdido en la embriaguez de la noche temprana.

El victimario: esta cabeza, pelada, colgando hacia abajo, el costado. Una soga de hilo sisal, precario, la somete. Así, colgada, pelada, destripada, esta cabeza fue capaz de producir aquel disparo, que sin embargo no ha sido escuchado aún.

El final: la cerveza derramada, nuevamente, la sangre chorreando sobre la hoja. Un jugo espumoso, carmesí, hundiendo las palabras que se esfuerzan por salir a flote para encontrar ese final esperado, que se esconde silencioso, detrás del sonido de una pistola muda. Este bolígrafo inmundo.

17/02/09