viernes, 25 de abril de 2008

Pretérito imperfecto



Hay una sola forma de evitar el contacto con estas sensaciones, y es vivir en el pasado. Pero no en cualquier pasado, en el pretérito, en ese pretérito imperfecto.

Tenga el lector mucho recaudo de no confundir la perfección de mi pretérito imperfecto. No es que fuera imperfecto, sino que era perfectamente imperfecto. Cómo explicarlo… Si en cuanto a competencia lingüística o gramatical se tratase, daría por sentado que usted sabría. Mas no voy a caer en obviedades, las cosas deben decirse.

Mi pretérito perfectamente imperfecto era una perfección continua, sin comienzo ni fin. Pues bien, de eso se trataba.

Hoy se vive con un gran esfuerzo por evitar ser capturado por ese pretérito, por conjurar un futuro compuesto perfectamente. Los pluscuamperfectos son un gran engaño, simulan haber vivido con anterioridad y por eso se estiman superiores. Ni hablar de que el presente es el más aburrido de estos imperfectos tiempos verbales. Y con verbales me refiero al Verbo, a la palabra, a la persona, a la no persona, al diálogo de aquel pretérito.

Ahora no sé si perfecto o no; pero lo que sé es que fue, y ya no es. Había sido, habrá sido, pero ya no está siendo. Era, y ya no será.

25/04/08

Vacante


Acumulo los vacíos de tantos hombres. Colecciono rechazos y los tiro por doquier. No me jacto de ellos. Pero, qué más he de hacer. Me lleno de ausencias y estoy sola otra vez. Es de esas infinitudes insaciables mi recuesta. No tengo ningún tipo de remedio, tampoco existe una reversa. Tan difícil es hallar comodidad… Un abrazo que se sienta, una mano que haga música con los cuerpos.

Vencida. Voy a seguir entre almohadas y libros, queda un espacio, mas no cualquiera ha de entrar. Una mediad de cuerpo, de alguna manera tendremos que complementar.

Es un imperio mi demencia, ay de aquel que no esté conquistado. Pero presentaré renuncia, si sigo perdiendo terreno.

Es el terreno el que ausenta, ese que fue tan amplio, enfermizo. Me hacía bien de una manera absurda.

La ilusión sigue rondando en mí, impartiendo juicios erróneos.

Soy perversa, una de esas peligrosas visiones. Que mi locura es irremediable, que mis silencios son agonías de hombres, que mis manos tan poco delicadas siguen conjurando planes malévolos… lo sé demasiado bien. Lo sé hasta perderme en la seguridad y ser una pequeña y volátil ceniza. Como un fósforo dinamitado por las sudestadas.

Como yo hoy, enlluviada y a la espera. Entrajada de espanto, temblando de mí. Me aterrorizo. Llena de cenizas convulsiono al mirar mi mente. Congelada ardo. Sigo bostezando por mis viejos fundamentos de vida. Quiero despegar hacia una nueva religión donde no haya luciérnagas que fermenten, sino desconocidos habitantes que me sometan a estar acompañada y ser otra, más. Basta de bastos, espada, sangre. Y ahora, la copa, hecha de oro, se llena de mí, para secarse de vos.

2007

Sordina


Torcería mi forma de pensar, la doblaría, un bollo, a la basura. Me azotaría, flagelaría, crucificaría, suicidaría. Estornudo y sigo sacando microbios, tus gérmenes. Esos que sembraste cual cizaña, ahora arraigada a mis pulmones, a mis cinturas, a mis hombros. Nacieron como extraños en terreno desconocido. Ahora estoy inundada de vos y cansada de estarlo. No hay qué pueda recorrer sin tenerte. No quiero escribir más sobre vos. Lo suplico. Vivir sin tu culpa hostigándome, sin tu comisura mordiéndome las pestañas, sin tu voz encerrándome en mis propios silencios aislados de vos que ya no tienen ningún sentido. Silencios sólo profundos con y por vos. Ahora tan insulsos, como todo. Si supieras, entendieras las razones… Pero tenes razón, es tarde. Tu guitarra no está más. ¡Tu guitarra…!

2007

Pretensiones


Quiero ser un oso, hibernar y dormir. Olvidarme de todo.

Un koala, quizás. Aferrarme a un árbol, vivir de su alimento. Recorrer cada eucalipto del bosque.

O mejor un mono. Esos sí que son divertidos, todo el día con monerías. Encima comen banana.

Los caballos me caen bien. Ico corre todo el día con sus amigos en busca de arroyos. Me hacen reír.

Un perro. Me miman, me alimentan, una cucha. Si es una familia generosa: hasta huesitos de goma y otros chiches.

Pero… ¿Para qué quiero ser todo eso?

Debe ser que después de ocho meses y medio de estar acá estoy cansado de esta sociedad materialista, consumidora y egocéntrica.

Mami: Ojalá nunca me saquen de tu pancita. No quiero vivir en carne propia lo que imagino, es allá afuera…

2003

Porque quiero


Me da bronca porque quiero. Me da bronca porque no me es indiferente. Me da bronca porque todo el tiempo me frustra la impotencia de cambiar lo que es mi entorno. Tanta porquería y yo acá sentada, escribiendo... Escuchando violencia, sintiéndome desahuciada dentro de un mundo que no está hecho a mi medida, que obliga a adentrarme en mi mente para inventar otro mundo más flexible, más moldeable a la perfección. Siento cómo asfixia que no sea así, cómo punza en la garganta.

12/11/06

Enmoño



Cuando era chiquita, Mamá siempre me peinaba y me ataba moños en el pelo. Los ataba bien, bien fuerte, me llenaba la cabeza de moños… No sé bien cuándo fue que de tan fuerte que estaban atados, se fueron adentrando, y ahora mi cerebro está revuelto con moños. Algunos se enredaron con recuerdos, otros con pensamientos, el resto con mi capricho artístico. Ahora nomás hago cuadros enmoñados y que se despeinan.

Debe ser que después de tanto despiole, cada cuadro que hacía, iba quedando con un pedacito de materia gris, enroscada con moños de diferentes colores.

2006

Eustaquio

Eustaquio nació hablando. No recuerdo ya si fue hace seis o siete años, no hay una fecha precisa. Nació por ella, le dio vida su llanto.

Creaba historias delirantes para satisfacer una inquietud de charla. Con el tiempo fue perdiendo voz. Hoy ya no puede ser como antes, mientras ella siga creciendo. Algún día, quién sabe cuánto falta, no será más que un vestigio de su infancia. Pero él seguirá existiendo, lo hará siempre y cuando la niña (ya no tanto) conserve intacta su ingenuidad y capacidad risueña.

Eustaquio no es más que una parte de mí, pero cuántas veces he deseado ser totalmente él…

marzo de 2008

Caracol


Solía recorrer toda suerte de museos, bibliotecas, teatros, centros comerciales, galerías. No tenía ninguna clase de atracción artística para con el arte… ni cuadros, ni esculturas, ni arquitectura, ni libros, ni obras de teatro, ni disposición de mercadería, ni análisis sociológico, ni nada por estilo. Paseaba por esos sitios que tuvieran escaleras, las estudiaba, las examinaba minuciosamente, las pisaba regodeándose de ello y luego las besaba con el pensamiento. Podría sonar irónico, pero las tenía en un altar.

Contaba los escalones, los repetía, inspeccionaba si variaría en algo el hecho de que se subiera o se bajara. Efectivamente se producía un cambio atroz. La perspectiva era tan diferente. Los objetos iban en otra dirección, miraban con otros aires, se plantaban de otra forma frente a él.

En los centros comerciales se paseaba por las noches, cuando todos los locales estaban cerrados y las escaleras mecánicas apagadas. La sensación vertiginosa que producía pisar cada escalón cuando en realidad debería estar elevándose sin que uno tuviera que mover los músculos de las piernas, haciendo un esfuerzo sobrehumano para poder levantar los pies de aquel magnético piso móvil y engañoso.

En los museos admiraba las empinadas escalinatas con peldaños de granito cubiertos por lujosas alfombras bordó.

Visitando bibliotecas descubrió que aquellos anchos y fúnebres escalones de madera escondían años de sabiduría, de anécdotas polvorientas.

Sin embargo, la mayoría del tiempo, lo que más disfrutaba era pasar las horas escalando por las espirales acaracoladas de las galerías.

Esa madrugada había salido con el traje de alpinismo, por si se topaba de casualidad con alguna montaña en el camino o quizá, escaleras dignas de encumbrar. Se acercó con paso terco y decidido. Al pie de este monstruoso adefesio caracolesco, se puso de rodillas, tomó con la mano izquierda su cadera y con el índice derecho dibujó sobre la primera grada una especie de signo indescifrable. Inclinó su cabeza, profirió una frase espiralada, se descalzó y sin más se dispuso a ascender.

Lo hacía concienzudamente, no dejaba atrás un pie, sin haberlo premeditado con todos los escrúpulos necesarios, así le llevara lo que le llevara. Cada escalón tenía su encanto, su historia, su exigencia de ser tomado como único, de ser amado, de ser pisado con cada milímetro del pie, de forma correcta, sin error alguno.

Lo curioso es que luego de haber contado tresmildoscientosdiecisiete, se paralizó. No porque estuviera cansado, su cuerpo jamás se fatigaría en la escalada de aquel monte de cemento curvo, sino porque su capacidad sensitiva se había atrofiado y ya no sentía como antes cada pisada, ya no le otorgaba aquel placer capaz de transformar las minucias en inconmensurables pinchazos del piso en la piel desnuda. Tampoco podría abandonar el rito a esa altura de las circunstancias.

Tomó fuerzas, obligándose con voluntad y desprecio arrastró en una última convulsión su cuerpo desfallecido hasta una puerta de vidrio opaco. Sobre ella, una inscripción en metal dorado relucía debido a la luz que emanaba la masa tendida, dejando entrever una inscripción: “aquí yace un héroe moribundo, había recorrido tanto para encontrar ésta, su casa, su escalón confortable”.

03/04/08

Más tierra a la tierra


Te reías siniestramente, un payaso riéndose de su público… Escribías en un mármol algo, pero una espalda mimesca impedía que se vieran las palabras que formaban tus letras talladas. Siempre había pensado que tu grafía tenía mucha fortaleza, quizá ahora aquellas especulaciones lejanas, cobraran significado.

Una inquietud extrañamente aquietada invadió mi cuerpo. Primero había creído que era otra obra más que se estrenaba, una más en la que triunfaban el orgullo, la miseria, una soledad nueva incrustada en los huesos. En una segunda instancia supuse que debía ser alguna de las ironías crudas, perversas que congeniaban (antes solíamos congeniar). O por otro lado, hundiéndome en cavilaciones aún más inauditas que lo común, vislumbré la escena mentalmente.

Te acercabas y te alejabas, una imagen intermitente. Pero cada vez era más débil. Una sombra entrometida impedía que se viera el cuerpo completo. Iba oscureciendo, no se sabía si era un cuarto, un río, una intemperie; sin duda, un rincón álgido. Ningún objeto se presentaba cercano para colaborar con luz a la renegrida acción. Me confundí repentinamente al oír un saxofón, y esa batería. Te vi en el redoble de los platillos, te vi emanando aire y armonía desde la boca de ese instrumento, te vi perdiéndote en esa borrasca con las notas en las mejillas. Te vi escondiéndote entre máscaras, te vi sonriendo metafísicamente, te vi cubriéndote de sombras, de esa sombra. Te vi sin verte, te vi borrando nuestros cuentos, te vi deshaciendo aquellos nombres. No te vi. No se logra verte ya.

Tu cuello se fue estirando, de forma curiosa. Comenzaste a abrigarte de ese naranja que te sienta bien, que se funde con la piel. No lo veo, imagino. Mientras la tierra se deshacía bajo tus pies, seguías tallando, con un talante despreocupado, casi risueño. Un instante antes de la oscuridad total y eterna, una centella iluminó el rostro. Cómo pudiste reírte, cómo podías reír. Unos hilos violentos atravesaban tu boca, la prensaban. Eras presa del silencio, presa de una sombra, vestías de presa salvaje.

Cayeron las palas al descanso. Se fueron manchando el camino, a carcajadas, a zancadas, con un baile curioso. Pero el silencio penetraba la noche y la tierra, húmedas y olvidadas.

29/03/08

Lapsos risueños


Sonsacaba sonrisas al tiempo. Tenía la inquietante sensación de que éste huía de alguna esfera con agujas incrustadas. Se reían de él, de su entretenida confusión con la que pasaba horas y días.

Eran días sin mañanas, tardes sin noches, lunas sin cielo. Impaciente, a carcajadas recorría una pérdida de calendarios. Salteaba aniversarios, burlándose de los segundos. Atravesaba el tiempo, inmutable en su mecedora de madera.

El café, un estabilizador efectivo, no hacía más que crear ilusorios momentos anacrónicos.

Pero el reloj seguía corriendo a antojo propio. Sin responder a ningún amo.

Debió sacrificar tantas profesiones, innumerables carreras, por prestar atención a la alhaja inútil que se mecía en su muñeca. Reminiscencia que vaya uno a saber cuándo le había dejado alguien. Imposible recordar quién, se ocupaba demasiado de aquel artilugio como para conocer otra cosa.

En fin, alguna vez había existido vida dentro de él; algún amanecer espléndido le permitió (antes o después de aquella tortura tictaqueante) acordarse de una mujer, grabarla en la memoria desaparecida de una eternidad inmóvil.

13/02/08

Desteñido


Un grito desahuciado, descolorido, sin tinte. Un grito mutante, iba adoptando diferentes estados.

Corría el rumor de que su muerte había sido consecuencia del aislamiento, era un completo ermitaño. Sin embargo, algún rastro ha quedado. Daba a entender que el grito tenía vida propia, lo parió desde sus entrañas. Simplemente el embarazo había durado veinte años.

Salió de su boca, salpicando, visitó tantos oídos sordos, inquieto iba y venía, subía y bajaba. Tenía incontables tonos. Agudo, vivaz, grave, ronco, agonizante, tieso, juguetón y hasta silencioso. Enmudecido por los gritos de la casa, paredes que también hubieron de parir gritos.

Supo arrasar con la pintura, resquebrajar el techo, oscurecer el sol que se arrastraba vagamente por las hendijas de la ventana.

Los objetos fueron cobrando un negro profundo, o un blanco que contrastaba tanto. Algunos grises se mezclaban.

Y los colores escurriéndose deprisa, por las grietas; como él…

El grito seguía, muchos creemos que nunca se apagó. Será que no está muerto, será que ahora su tumba grita, más fuerte, más dolorosa.

12/02/08

Frenesí



Giraba la cabeza en un ángulo de setenta grados cada vez que alguien llamaba su atención. Aquella noche era un muchacho el que resaltó entre aquel gentío. Tenía esa maldita (o bendita) costumbre de fundirse con aquel que pasara; caminar a su compás, pensar a su ritmo, hablar a su letra.

Al doblar él la esquina, ella continuó en la dirección en que venía, al menos sus piernas lo hicieron… Los ojos captaban lo que Francis miraba, la mente…

Esta vez no pudo evitar que ese hombre la poseyera, o más bien ella lo poseyera. De todos modos la situación era insólita. Es decir, no es que Eleuteria fuera otro, ese muchacho. Es que era ambos a la vez. Cómo describirlo. Quizá sea mejor remitirse a los hechos concretos, el resto se dará por sentado…

Era la calle, la misma calle por la que acostumbraba marchar todas las noches, en busca de gente con la cual tener alguna empatía en particular. Si bien ella era tan perceptiva, no todos eran compatibles. Pues con él ese joven tan deforme y peculiar, le era absurdo evitar el contacto. Era imperiosa la fusión.

Su furia la retraía, se dejaban penetrar con los pensamientos imberbes. Una atracción rusa, tosca. Ambos callados, alguno gritaba tanto interiormente que las tripas se anudaban. El otro quería ensordecer para no escucharse. Urgía la necesidad de correr hasta la punta más añeja de los cuerpos, el rincón más hundido, más trágico. Lo odiaba.

Eleuteria miró por sobre el hombro de la mujer que estaba pasando a su derecha. Ahora simplemente era él, ya no poseía más la capacidad de estar en sí misma. Pertenecía a Francis.

El cuerpo ahora ausente de ella vagaba opuestamente a los fusionados. Se desharía en cualquier momento, convirtiéndose en un montículo de cenizas. O tal vez siguiera vagando, por las calles, sin rumbo, eternamente, como tantos otros cuerpos, vacíos. Totalmente huecos de vida.

Goteaba sudor, ganas de plasmar en una nota la demencia que circundaba. El tacto soso, la pista de cera. Comenzó a chorrear angustia. Primero se derritió el instinto. Luego los pies fueron absorbidos por el suelo, y la salsa cerebral escapó. En reemplazo, una pasta de sensaciones invadió una parte del OTRO cuerpo (acaso todo).

Trenzaban un suicidio mutuo, enervados, excitados. Permitió, Eleuteria, que él tocara el rostro que los encerraba. No entendían por qué.

Sin embargo seguían (o seguía alguno) caminando. Querían tener una presión externa que explicara el porqué de los cuerpos plegados. El plegamiento, la eclosión aislada. Claro que era una eclosión, la de sus esencias. Y es que urgía tanto ese acto intolerable del suicidio mutuo porque lo intolerable eran ellos, era que no había prueba física de la fricción mental, del terror que ocasionaba esa demencia conjunta.

Él es demasiado natural para ella. Ella no soporta el control propio que él alberga en su naturalidad. Él adora la aberración de ella. Ellos son opuestos, y están disueltos y enredados. Es un enredo tan profundo que no puede continuar.

Son apocalípticos. Y este universo nunca fue fundado.

Casi me quedo sin final


Guardaba las palabras escasas y necesarias en el segundo cajón de la cajonera dentro de la cajita que me había regalado en mi decimocuarto cumpleaños la tía Giovanna de Italia. Tenía la sensación de que en cualquier momento podría llegar a perder la noción del tiempo y del espacio, por lo tanto llevaba tan memorizado cada detalle que hasta abarcaba toda la capacidad de obsesivo compulsivo que alguien pudiera llegar a tener. Al fin y al cabo, esas palabras eran las que le otorgaban sentido a mi existencia; es decir, a la existencia de cualquier ser humano, que al fin y al cabo también soy humano y los demás lo son en mí, también.

No era tanto el temor a que se perdieran por algún rincón de la casa, como me ha pasado tantas veces, sino a que se mezclaran y desparramaran; al punto en que ya no sepa cuál va primero y cuál la sigue. Es algo realmente terrorífico cuando uno lo vive. Claro que cuando uno muere no importa, sólo si se desparraman también en el epitafio. Pero quién se iría a enterar más que el resto del mundo. Como uno ya no forma parte de los vivos, qué le molestaría. Uno nunca puede descontar el hecho de que siempre existe gente más obsesiva que uno y anda atrás de los detalles hasta después de muerto, pero no vamos a buscar las excepciones. Para gente con problemas tenemos suficiente conmigo, supongo. Tampoco vayan a pensar que me creo más importante que los demás o soy un egocéntrico idólatra. Sólo que…

Ciertamente, ese mismo día en que había guardado tan escrupulosamente “esa” palabra en el último rincón de la cajita, dentro del segundo cajón, en la cajonera, me dirigí al banco de la plaza. A tomar sombra. Como todas las noches de saturno. Estaba acostado en la banca del plazón, tomando mate de ginebra, cuando aquella muchacho apareció y mirando sigilosamente la sol, me dijo que ya era temprano para no esperar los colectivos de las cinco. Yo, me acerqué a la niña y cuando estaba a punto de dirigirme hacia su hocico estornudé un zapato. Ella me agradeció y reímos tanto. No pude hacer más (o menos) que invitarla a sonarme los mocos en la cocina de casa. Para eso tuvimos que esperar como toda una tarde mañana el tren de las cortinas doradas. ¿Doradas? Mas qué menos digo que me hacen las cortinas. Como venía relatando, ellos vinieron a casa a jugar ping pong. No les invité con jugo de pomelo, porque no tenía; pero al abrir la alacena, advertí que sólo había pelotas hundidas en duraznos fritos. No podíamos hacer menos más que comerlas todas.

Era una maravillosa noche de verano azul violáceo. Veníamos caminando con mi nieta Serpentina por la calle 29 de febrero y en la esquina que hace intersección con Cochabamba nos detuvimos. Ella miró a la izquierda, yo miré a la derecha. Ella buscaba al vendedor de los palitos de azúcar, yo buscaba una nueva esposa.

El muchacho que había invitado a casa se posó sobre el peluche y rezongó. No quería tomar la chocolatada. Ella miraba dibujos animados. Me había contado bajo los árboles del bosque donde hubimos estado charlando, que también buscaba una esposa. Es decir, un marido del cual ser la mujer. Yo ya tenía muchos años encima. Y ella… ya me tenía encima. No habíamos podido esperar. Es decir, ella yo no habíamos podido esperar. Quizá ella tampoco tenía indigestión los domingos abiertos de primavera, pero él no querrá que la hamaca se desgarre.

Después de todo el escándalo, la vecina del fondo llamó a la policía. Vaya que cuando llegó, miré al juez y lo invité también a que se sonara los zapatos. Había tenido un largo viaje en ambulancia, no fuera a caer en camiseta del cansancio. Una o tres gotitas de sal helada bastarían. Para todo esto, mi nuevo marido que había contratado en el plazolín que queda a tres cuadras de la avenida principal que cruza por unos metros mi casa con galpón en el fondo, estaba recostada en sus nuevos aposentos. Cuando el oficial Bermudacorta se desajustó la camina del calor y se le desató sola la soguita del tutú porque la barriga hacía presión, lo invité nuevamente a pegarnos una ducha ya que mi mujer también estaba sentada en el lavarropas. Aceptó alegremente. Tuvimos una maravillosa velada. Tan risueño por los caños y las tostadas ya estaban listas. Qué tragedia.

Me alivia mucho saber que sólo es un problema esporádico, ya que es totalmente incontrolable. Algunos médicos recomiendan que guarde silencio y quede postrado, absolutamente mudo. Usted no irá a creer que sólo por esta inmunda complicación yo voy a convertir en desuso este don de poder utilizar los órganos que tengo. Qué idiotez. Por eso no me agrada juntarme con médicos. Siempre haciendo alarde de sus títulos. Como si eso fuera a dar alguna muestra de sabihondez… Pero qué cómico. Como si no pudiera yo, YO, hacer alarde de mi perfecta retórica. Si no fuera por esa estúpida y desgraciada vida…

Esa tarde noche le dije a Serafina, mi nuevo esposo, que mi nieta y yo saldríamos a dar una vuelta, como siempre hacíamos los saturnos por la madrugada. Así que llamé al perro y salimos correa abajo. Las peladas siempre andaban bien, me contó. Se había comprado un nuevo tocadiscos. Y lo bien que sonaba cuando lo tocábamos con champagne. Pero siempre todo de buena marca. Los nietos habían enseñado que no hay que escatimar con la sandía y mucho menos si los granaderos siguen girando. Paramos en el puesto de churros y le compré un girasol anaranjoso. Siempre le encantaban con churrascos a la bolognesa. Nos fascinaba cuando Serafina nos pintaba en los platos las manzanas de Newton. Pero teníamos que seguir caminando. Entonces miré a mi nieto severamente y le advertí que…

Las últimas palabras que puedo sacar del cajón, y queda atorado, justo ahora… Porquería… ¿Dónde habré dejado el abrelatas? ¡Serafina! ¡Traeme un martillo!

Ya no iba a dejarla más, todas esas tardes noches en que no podíamos hablar, iban a acabar. Serpentina, tan dulce, tan salada. Yo no podía seguir viviendo así. Y ella tampoco.

Serafina, menos mal que me trajiste el abrelatas, casi me quedo sin terminar mi cuento. Ahora apurate, dale, cambiate eso, estás muy colorinche, ponete el vestido negro que le vamos a llevar claveles atulipados, como todas las tardes noches de saturno a mi amada Serpentina, que está en la plazoleta, justo donde siempre se esconde, debajo de esa piedra…

Serpentina, pronto te voy a ver, no era mi culpa padecer esto. Vos éramos tan joven y no entendían nada. Decías que no sé hablar. Pero sí sé hablar. Vos no sabés escuchar.

Escuchar.

Escuchar.

10/12/07

Olivia


Gentío revolucionado. Olivia estaba entre ellos y se sentía realmente a gusto. Le generaban la necesidad de correr desnuda y exigirles, suplicarles que la tocaran, que le hiciesen el amor con la mirada, que la desearan hasta odiarse por no poder controlar los impulsos. En su mente (o quién sabe si no fue así en verdad) con tal de satisfacer lo que hubiesen querido hacerle, no les quedó otra opción que masturbarse unos a otros. Sin importar el tipo de sexualidad que tuvieran en un principio. Ahora todo giraba en torno a Olivia.

[Y es que así se desarrolla el mundo, en torno a Olivia. No hay otra manera de funcionamiento en él.]

Se imaginó en un dique, con dientes macizos y un pelaje nada suave. Fue la copa de un pino, o quizá fue un ombú.

Transformóse en ardilla, serpiente y espantapájaros. Y espantó pájaros. Si lo habrá hecho… Es que quién mejor para instigar a huída de cuervos o gorriones, que Olivia.

Todos lo sabían, Olivia es y fue el común a todo. No exagero al utilizar términos tan globalizadores, pues así me lo contó ella. Y quién dudaría de su palabra. Ay de quien se atreva en mi presencia.

Se detuvo junto a mí y me exigió que introdujera el meñique de mi pie izquierdo en su boca. Claro que me dio tal desagrado que mi respuesta surgió de lo más profundo del estómago hasta fenecer lentamente en la garganta. Por supuesto que obedecí, quién no lo haría ante esa voz ronca y gestada entre ironías floreadas.

Se levantó sobre los hombros de aquel extraño que le estaba dando el mejor sexo y bastó con que emitiera una aclaración de garganta para que la muchedumbre cesara toda labor y quedara perpleja, admirando su pelvis inmaculada, su voz irritantemente sensual, sus caderas deformes e insulsas.

Allí estaba yo, esperando que Olivia me diera la explicación correspondiente a ese acto. Pero como era de esperar, me produjo un orgasmo en virtud de que su lengua raspaba cada grieta de la huella digital de mi meñique izquierdo. Continuó el ritual hasta conocerlo de memoria.

No recuerdo haber sentido más placer y gratitud.

2007

Mundo en su perfil


Recorría con la mirada distante ese horizonte altibajo. Misterios escondidos, respuestas no formuladas y una rutina demasiado aburrida.

Entonces, después de tantos años de profesión, entre figuras perfectas, atuendos esplendorosos, tomas de perfil, de frente, con más y menos luz, contrastes, sombras, tonalidades, poses, escenografías y contornos; se sintió vacío.

Necesitaba alguien, algo… Un toque especial.

Recurrió a lo que se había negado muchísimo tiempo, desde la infancia. Fue solo al río, se sentó en la misma roca (no había cambiado nada por ahí), para oír el sonido que hacen las uñas al crecer, (como decía su papá años atrás). No sabía bien porqué, esa frase le quedaba retumbando.

Luego de incontables veces, comprendió el discurso mudo y se dio cuenta de su verdadera vocación. Así supo que debería innovar en ese automatismo superficial, haciendo caso de lo que le susurraban las uñas. No precisaba más que ponerse en marcha. Le llevaría un buen tiempo seguramente, pero valía la pena tardar todo lo que fuese necesario. Porque ese pensamiento era el que él, Geroldo, tenía que concretar.

Comenzó a caminar. Quizá sin sentido, quizá sin porqué. Prefería dejarse llevar por el interés de un cambio. Ni siquiera pensaba ya, totalmente inmerso en una nube de extraños sentimientos.

Caminaba y caminaba. Seguía buscando la peculiaridad que le llamase la atención, tanto como quería.

Pasaron tal vez siglos, tal vez segundos, o más bien horas. Muchas horas, hasta que lo encontró.

Era aquello. Lo supo de inmediato.

Una ensalada perfecta entre paisaje y humanidad. Casi utópico. Más bien utópico. Geroldo se asombró de los matices refugiados en la mirada de ese niño. Nunca había visto el amor personalizado, pero esa imagen… sobrepasaba el límite de cualquier sueño, vuelo, deseo o intento de trascendencia. Era más. Mucho más que demasiado perfecto.

Todos los colores y tonos se fundían en cada milímetro de cielo, en cada centímetro de fauna, en cada rincón de cada alma.

De una sociedad infinita, multicolor, multiforme. De una humanidad casi no humana, casi divina, casi celestial. ¿Celestial? Hmmm… como el cielo en el ocaso o en el alba... colorido. Collage entre júbilos y congojas.

Absoluta pureza, inmaculada vivencia que presenta en un mundo tan mundano como profanado por sus mismas fauces. Era inocencia, un solo alma, todas las almas en ella.

Hizo ajustes en la cámara, no sería otra toma sin proyecto, de frente ni de espaldas. La capturó sin flash, ya había demasiada claridad.

Toma de perfil. El perfil de la tierra, de su vida, de la existencia, de la divinidad humana, el perfil del niño; el perfil del mundo. Su mundo perfecto, ideal, sublime, insuperable.

Supo que esa fotografía sería diferente. Se extendería por todo recoveco de aquel universal infinito de espíritus abandonados. Era una imagen novedosa y absoluta. Era aquel perfil del mundo, ése del que nadie jamás se había percatado.

11/09/05

Ciudad de papel


Mientras se consumía el aceite del hornito aromático, iba extinguiéndose la noche.

Habían pasado infinidades de páginas juntos. Desde las ya amarillentas de los textos ovídicos, hasta las más pulcras y afiladas de Gambaro, sin dejar de lado, por supuesto, los imprescindibles clásicos. Todos ellos eran la base del romance; Pabla y Filiberto, platónicos. Más allá de que los personajes que interpretaban en sus agotadoras vigilias de representaciones teatrales se simbiotizaran; y en ese caso, únicamente en ese caso…

Quizá también deberían ser protagonistas de alguna ciudad de papel, en la que enanos de carbono y los demás componentes químicos, se regocijaran de ser parte de tan sublimes creaciones. Lo único catastrófico sería que las manos de un gran escritor, mas con poca destreza motriz, dejasen caer unas gotas del café que lo inspiraba. Entonces, víctimas de aquel tsunami de cafeína, y exaltados con sus efectos despabilantes, huirían de sí mismos para refugiarse el uno en el otro.

Quizá sólo así armarían finalmente ese rompecabezas de piel y sábanas, las mismas que utilizaban de vestuario cuando se ocupaban de ser algunos ajenos que no fueran ellos mismos.

Así, llegaría una vez más el intruso amanecer a irrumpir con su obra y con su sexo bíblico; para dejar entrar por alguna hendija, algo de luz. Y dentro de la luz, el desafío a olvidar el nuevo día y sumirse en el pasado cual personaje de sus títulos predilectos. O simplemente el recordatorio de su vuelta a la oficina, interpretando esta vez los papeles de todos los días.

09/08/06

Naufragio en 2x4


El reloj seguía horando. Las gotitas caían acompasadas con el minutero. Lentamente los sonidos se fueron opacando con el girar del tocadiscos y un zigzagueante ronroneo de la púa. Empezaba a dejarse escuchar un tanguito de fondo, que iba encendiéndose al compás de la vela. El agua ya iba por los talones, de Jacinto, por supuesto. Dora con sus tacones aguja negros y las medias a tono. El constante goteo. Entre miradas furtivas, claves de sol, contrapuntos, movimientos sensuales y unos pares de piernas que venían, volvían, se enredaban, se hacían el amor y retornaban introvertidas a su posición.

Los tobillos flaqueaban, los dedos de ella, ahora entumecidos, comenzaron a buscar calidez en las piernas del compañero de baile.

El bandoneón, emocionado, aumentaba la intensidad y… los cuerpos. Los cuerpos… Provocados, totalmente excitados, se precisaban el uno al otro.

Pasaban las melodías. Ya había terminado la primera pieza. El segundo tango aligeró el ritmo del goteo. Rodillas. Casi les era imposible levantar más los pies.

Ambos eran el tango. No pudieron siquiera dejar que pasara el tercer tema, que su pollera se había trabado entre la punta del zapato y el cierre, con la media. Era demasiado tarde para detenerlo.

Sin advertir cómo, la boca de él apareció entre las pantorrillas de la bailarina y, atenazando con los dientes la tela, la desvistió por completo.

La cuarta pieza iba llegando a la mitad. El grifo casi no lloraba ya, los muslos de alguno de ellos impedían el salto de las gotas y el movimiento iba apagándose como el tango, la vela y su ardor.

Levitaron hasta no sentir el fluido que sobrepasaba las rodillas.

Dora, muy tranquila, se acercó al tocadiscos y se aseguró por sí misma de que el goteo siguiera sonando, con la misma melodía, hasta la próxima velada en 2x4.

27/07/06

Vientre desnudo


Bajaban las luces del pueblo. Los bigotes del sol nacían desde el fluido maternal de la tierra. Algunas raíces del viento soslayaban alaridos de cordilleras.

Desplomábase el día sobre Francisca. La ternura refugiada en un centímetro cúbico de sí. Y ella seguía exhalando el rocío matutino, cubriéndole el cuerpo bajo una manta de universo. Evocaba a Gervasio. Aún creía sentirlo con ella, empapándose de amaneceres, ambos y ninguno.

En una montaña empinada, sin traje de alpinismo, ni de gala, ni deportivo. Desentrajados de una realidad de la cual se regocijaban por no pertenecer. Lo anhelaba. Aún no existía la posibilidad de pensarlo fuera de ella. Quizá sin permitirse pensarlo como NO era. Quizá pensándolo como debería haber sido, y sin embargo, no fue.

No fue. Quiso que fuera y no fue.

En su cuerpo no trascendía para ella la pérdida descontrolada de líquido ni el desgarre punzante. Simplemente no soportaba la ausencia.

Se derrumbara el cielo, se despegara de la tela crepuscular algún sol sin ocre, el rostro de Francisca, impasible, plañiría la falta de Gervasio.

La tierra sesgada iba absorbiendo a Francisca. Trozos de vida, pestañas marchitas, mejillas inundadas, pelo otoñal, que se deshacían de ella.

El cuerpo descuartizado se precipitaba sobre algún hueco de erosiones, que, pronto apaciguaría lentamente, con la misma tierra, el vacío de vientre que había dejado Gervasio.

22/06/06

Sujeto tácito



Jugaban a la competencia de “no decir nada”. Se disputaban el primer lugar como íconos del postmodernismo para medir la perversidad. La medalla era seguir en la lista de los desquiciados. Parecían disfrutarlo.

Eran los ojos que sin guiones de diálogo disfrazaban los monólogos de castigos con chispas y lamentos.

Ella musitaba que si alguna vez pudiera conocerlo, sería el fin de aquel juego. No estaba completamente segura de que fuese ésa su meta.

¿En qué estaría pensando él? Las arrugas le enterraban los gestos de expresión (si es que en algún pasado los había tenido).

Las reminiscencias más precisas que recaían entre las sombras del papel y del bolígrafo, que sostenía en su mano derecha, estaban cargados de frases que él había pronunciado. ¿Frases? Rejunte de palabras que suenan algo coherentes, intentos mal logrados de metáforas. Banalidades.

Estiró la mano y le mostró la quemadura que se había originado con la máquina.

Claro, ¿cómo no se iba a herir con ese pedazo de catramina oxidada e inútil?

Ella se la cubría con un trapo repleto de líquido para limpiar el parabrisas.

Estaban en el espacio de reunión, donde ambos llevaban a cabo los duelos semanales. Varias veces estuvieron a punto de chocar por algún mate mal cebado, por la yerba derramada, por las discusiones imprescindibles.

La mano quedó tiesa sobre la palanca de cambios, ahora ella mandaba en el ala derecha del auto.

Giro desprevenido. Pudo avistar cómo doblaba el otro vehículo, cómo los vidrios polarizados del asiento del conductor imposibilitaban que viera su propio coche.

Ella sabía que el de la izquierda, el de la mano calcinada, el de los ojos de vidrio, estaba demasiado dolorido para notar otra cosa y que su orgullo no lo dejaría admitirlo.

Pero no iba a perder esta partida del juego. Llevaban veinte minutos sobre el automóvil y todavía ninguno había siquiera murmurado.

No podía volver a perder.

31/04/06

Pupila



Tenebrosa, macabra, tierna, iluminada por la silenciosa oscuridad, se escondía la muñeca de trapo detrás de la mirada del caballito con el que jugaba.

Comenzó a sentir una fría estocada justo en la pupila de algodón, donde el pony le clavaba los ojos de fuego penetrándole las entrañas. La punzada se fue expandiendo lentamente, hasta que un fuerte sonido traspasó el cerebro de tela, como una línea de insoportable temblor que culminó con el estallido de todas sus costuras, desnudando sus tripas de lana de aserrín.

03/09/04

Cuento dentro de cuento


Olor a domingo, silvestre y casero. Paul McCartney suena entre libros, apuntes, lapiceras. En la ventana un cielo. Uno de los tantos. Uno acostumbradamente contaminado, aunque hoy uniforme. Celeste infinito, ininterrumpible, por lo menos en ese sector de ilimitado color que absorbe mi ventana.

Olor a domingo contagiado con discusiones y risas, tareas, la carne al horno de Papá.

Pero mi historia nada tiene que ver con las peleas, los deberes o la comida dominguera a principios de otoño. Mi historia se basa en el cuentito que estoy leyendo mientras espero el grito de costumbre anunciando el almuerzo en familia. Poco a poco me voy aproximando al final de la famosísima narración, ya conocida mediante las frases típicas de Mamá como la inconfundible: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

Intento imaginar cuál será el futuro del hombrecito de Saint Exupèry, con el libro entre las manos y tarareando la melodía de “Hope of Deliverance” en mi mente.

Creo que el Principito escucha el cantar de Paul en búsqueda de libertad, en una mezcla con mis pensamientos.

Me pide un lápiz para que dibuje una puerta en la página ochenta y tres del libro, donde ya hay un garabato. ¿Lograría escapar para que su destino no sea tan cruel como el de la flor?

El breve relato cambia totalmente, el tamaño encuadernación del ejemplar se reduce como por arte de magia.

03/04/05

Cuento dentro de un cuento


Incómodo, desparramado entre las páginas, se movía a su compás, mientras la muchacha hojeaba el libro. Iba atrayéndolo la forma en que ella lo tocaba, se sentía enamorado de su intelecto, de cómo se asía al personaje.

Esperaba el momento exacto para actuar. Un golpe fugaz. Al fin y al cabo, había sido ella la culpable con sus manos sensuales, al rozarle el alma.

Esa misma noche, recostada en la cama, echó un vistazo al libro que intuía mágico. El instante perfecto.

Cuando abrió la portada, pasó unos capítulos y al llegar a la hoja en la que el enamorado se escondía, él, con todas sus fuerzas, la incorporó al papel. Y así fue protagonista de su propia historia, en la cual, sobre el desenlace, el personaje femenino asesina a su pretendiente.

El libro cayó en seco sobre la colcha.

26/09/04

Zapatilla artesanal


Oscuro suburbio de ciudad, noche glacial.

Caminaba con precaución observando cada detalle minuciosamente.

En la esquina un hombre se detuvo a conversar con una mujer un tanto llamativa de atuendos provocadores. De por medio había una calle. Quise oír la charla. Procuré buscar algo en mi bolso para que no pareciera extraña mi presencia inmóvil y así poder escudriñar, sin sospechas.

Estaban dispuestos a marcharse cuando algo los detuvo: una chiquita que vestía un pañuelo como pollera, un lienzo sobre sus pequeños pechos, y bolsas de arpillera atadas con hilo sisal, en los pies. Se acercó a ellos. La cara manchada, los ojos café con una expresión perdida. Sostenía en su mano una bolsa de papel madera abollada.

De pronto comenzó a vociferar palabras incoherentes. Entre todos los sonidos casi indescifrables, pude distinguir un pedido, pero no llegué a apreciar de qué era.

Como ninguno le respondió, la niña al no recibir dinero, asió una navaja oxidada de su “zapatilla artesanal” y arremetió contra ambos. Sin dar tiempo a reacción alguna, de un salto sumergió el cuchillo en el pecho de la mujer y al instante en el del muchacho. Al ver que yacían en el suelo buscó a tientas en los bolsillos de la ropa, tomó sus billeteras, las guardó junto con la navaja ensangrentada en la “zapatilla artesanal” y echó a correr hacia el lugar donde estaba yo.

Me quedé ahí, esperando a que algo sucediera…

08/05/03

Del otro lado


Yacía fúnebre, volando por los aires de la imaginación con el único deseo de encontrar la razón de sus penas y la sola esperanza de solucionarlas.

¡Sólo un sorbo, uno y acabaría todo! ¡Sólo lo encontraría con... la muerte!

¡Lo hizo! ¡Lo bebió! Y con eso pasó al otro lado del mundo, fue al más allá. Pudo vislumbrar un brillo entre tanta oscuridad, que lo guió. Traspasó el reflejo del verdadero cielo, aquel paraíso... Una paz inconmensurable lo recorrió por completo.

Sus ojos fríos, perdidos en un mar de desentendimiento, recorrieron el paisaje. Miles de almas rondaban de acá para allá, soltando sonoras carcajadas, felices, alegres.

Sí, lo había descifrado, descifró la manera de deshacerse del sufrimiento.

Finalmente sería libre por toda la eternidad.

29/10/01