martes, 18 de septiembre de 2012

Preguntas


Una serie interminable de preguntas me acucia. Se instalan en mi cráneo como si fueran a quedarse allí por siempre, e inmediatamente son desplazadas por una nueva sucesión de preguntas nimias, e incluso irreverentes, que ocultan detrás de sí una ignorancia grata, casi festiva.
Preguntas existenciales respecto de cualquier asunto, temática o elemento. Me vuelvo socrática con sólo sorber las gotas de humedad del aire que rodea este lecho. Será que esta atmósfera vela una única respuesta que acecha riéndose a carcajadas de mí, de vos, de todas. Será que en el instante en que nos dignemos a asirla, esa epifanía efímera se burlará por última vez, en la estocada final de una muerte precoz, irrisoria e indefectible.

La noche se me antoja eterna


La noche se me antoja eterna. Se cierne sobre mí sin doblegarme, ofrece un sinfín de deleites a mi espíritu sediento. Tiene el poder de traer desde tierras distantes una compañía añeja, inesperada, fructífera. Los libros me leen en una sucesión cuantiosa, conformándome en múltiples personalidades sin índice y en punto de fuga.
La noche se me antoja eterna. Se yergue alborotada y profunda, se hace y deshace en notas de tinta y vibraciones melodiosas. Tiene el poder de traer desde las entrañas del tiempo la perdición de todo reloj; caen las agujas, los minuteros, los segunderos se vierten sobre las sábanas cansadas; se desbaratan los calendarios lunares, solares. La luna tiesa, en cualquiera de sus facetas, revela los secretos más insignificantes y los más relevantes de la existencia. O acaso fuera un mero reflejo en las aguas de una memoria inerte, fútil.
La noche se me antoja eterna. La eternidad se vuelve noche, y como tal es tan bella, oscura, profunda; existe cabalmente sólo para cada una de nosotras.