martes, 25 de enero de 2011

Inconfesabilidad

Una mano se extendió para tranquilizarlo en su furor. Ése fue el instante siniestro. Así comenzó. Olvidó la furia, la tristeza, el avasallamiento del miedo, las ansias. Creyó allí se encontraba el alivio. Confundió la compasión con otro más. Se aferró de su brazo, ante la primera posibilidad de compañía grata, de un gesto de cariño. El auxilio tajante. Una incondicionalidad nula.
Equiparó y juzgó. Pasado, presente, futuro. No llegaba a la categoría de intento.
El plan consistía en el engatusamiento. La inconciencia juega en contra, ahora es sabido. Cómo otro puede confiar. Cómo otro puede valorar. Cómo.
Se encendió. Ya no hubo opción. No puede echarse atrás esa apuesta. Este mazo carecía de comodín. Las cartas las había jugado de antemano, las sabía de memoria.
Todo tierra; la otra, agua. Arremeter contra las aguas con las guampas en alto; todas esas aguas, al parecer calmas. Ni charco, ni arroyo, ni río, ni mar, ni océano pueden. Activó unas cataratas violentas, pedregosas, implacables. Creía conocer el terreno, creía poder valerse de la experiencia, de la calle. Perpetuaba conductas, replicaba inadecuadamente.


Blanco.

Aprendió la inconfesabilidad. La intransferibilidad.
Había creído poder con ello. No imaginaba las implicancias que tendría.
Cuál es el orgullo que se esconde detrás de los actos más magnánimos. El egoísmo implícito, la perversión máxima.

Mudó, transmutó, trocó.
Volver en sí. Tomar el toro por las astas.
Recobró la identidad.
Viaje, retorno, memoria selectiva. Blanco.

Remembranza, nunca inútil, mas funesta. Escarmiento, sino. No creer en las moralejas tiene sus consecuencias. La ingenuidad se vuelve cuerpo, el cuerpo torna instrumento, el instrumento se compone de disonancias. Las disonancias lo ocupan todo.

El suplicio ha de saber así, quien lo prueba en el monte, quien lo lleva en las líneas del iris. Y el aprendizaje, el bagaje a cuestas, ya no en la espalda, sino en el semblante mismo. El retrovisor inclinado, las veces empañado, pero siempre en su sitio. Resta lo que espera por ser vivido. Ha de ser limpiado, a baldazos, para la restauración de la novedad insólita.