martes, 18 de septiembre de 2012

La noche se me antoja eterna


La noche se me antoja eterna. Se cierne sobre mí sin doblegarme, ofrece un sinfín de deleites a mi espíritu sediento. Tiene el poder de traer desde tierras distantes una compañía añeja, inesperada, fructífera. Los libros me leen en una sucesión cuantiosa, conformándome en múltiples personalidades sin índice y en punto de fuga.
La noche se me antoja eterna. Se yergue alborotada y profunda, se hace y deshace en notas de tinta y vibraciones melodiosas. Tiene el poder de traer desde las entrañas del tiempo la perdición de todo reloj; caen las agujas, los minuteros, los segunderos se vierten sobre las sábanas cansadas; se desbaratan los calendarios lunares, solares. La luna tiesa, en cualquiera de sus facetas, revela los secretos más insignificantes y los más relevantes de la existencia. O acaso fuera un mero reflejo en las aguas de una memoria inerte, fútil.
La noche se me antoja eterna. La eternidad se vuelve noche, y como tal es tan bella, oscura, profunda; existe cabalmente sólo para cada una de nosotras.

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