martes, 2 de septiembre de 2008

Tapujos


Todos enmascarados de blanco, vestidos con túnicas blancas y guantes blancos. Sentados en semicírculo.

Magistrado:Damos inicio a la sesión del día de la fecha. Asistente, le cedo el honor de hacer la lectura que concierne a la presente reunión.

Asistente:Con mucho gusto toma el cuaderno que se encuentra en el centro del semicírculo. Henos aquí para tomar conciencia y una decisión respecto a ciertos acontecimientos que han transcurrido, a los que les otorgamos la categoría de “inmorales actos de perversión pública”. Se convoca al acusado en cuestión a concurrir y explicar las causas de tales hechos que nos abochornan como sociedad.

Se acerca el acusado, vestido de igual forma que el resto. Se dirige directamente al centro del semicírculo, se queda allí parado, dando la espalda al mismo. El asistente, aún en posesión del cuaderno, comienza a anotar acelerado cada detalle de lo que sucede.

Acusado:Estoy dispuesto a soportar el peso de la ley que recaiga sobre mí.

Magistrado:Precisamos que nos dé los argumentos suficientes para llevar a cabo tal castigo. Asistente, por favor, lea la transcripción del delito que este personaje ha cometido de manera tan desvergonzada.

El asistente se apresura a obedecer la orden.

Asistente:El señor aquí presente ha tenido la osadía de caminar por las calles principales del pueblo con el rostro totalmente descubierto. Exhibiendo, sin ningún tipo de reparo moral, los atributos más desagradables del ser.

Las mujeres del semicírculo, hasta el momento totalmente silenciosas, sueltan un gritito sordo y cubren sus blancas máscaras con la blancura de sus manos enguantadas.

El acusado que aún permanece en el centro, se arrodilla, siempre mirando hacia delante, y se inclina en posición de súplica. Los demás permanecen impasibles.

Magistrado:Exprese ahora las motivaciones que lo condujeron a cometer tal atrocidadcon repulsión.

El acusado se reincorpora y permanece de pie.

Acusado:Oh… Es que… es ese frescor que se cuela a través de estas vestiduras. Si ustedes supieran…

Magistrado:Responda

Acusado:Se siente tan bonito…

Magistrado:Las razonescada vez más impaciente.

Acusado:Esos libros…

Magistrado:¡¿Cuáles?!ya muy exasperado.

Acusado:Esosseñalando en dirección a la biblioteca colocada a la izquierda. Son tan… Y los deseos de andar por ahí, sin estas cárceles en la cabeza. Ah, deberían probarlo.

Las mujeres repiten el gesto de desaprobación y una deja escapar un triste: “Está loco”.

Magistrado:No sea inconciente. Esos libros son los más leídos y respetados. Ningún otro que haya pasado por encima sus honrosos ojos, ha tenido por bien andar paseándose desnudando el alma de tal calaña.

Acusado:Y las máquinas, señor, las máquinas…

Magistrado:¿De qué habla, demente?

Acusado:De la mente. De todos estos jóvenesseñalando hacia adelanteque cubren sus penas, vergüenzas, crueldades y desquicios con sombrías y perfectas piezas diseñadas todas por igual, fabricadas en la industria de la “normalidad”con una mueca de desprecio. Así es. ¡Hay que esconder la porquería, meter la basura debajo de la alfombra!

¡Está teniendo un ataque!suelta una de las mujeres, con un hilo de voz temerosa.

El asistente se apresura a escribir todo en el cuaderno, sin perder detalle. Los demás, quietos. El acusado parece tranquilizarse.

Acusado:Permítanme explicar: estas vestiduras que he llevado toda mi vida y tan bien se han adaptado a mi piel, me sofocan, me impiden respirar. Ustedes notarán que sus pieles se han fusionado con el material cruel de estos trajes y carceleros. No habría manera de evitar el dolor si repentinamente alguien les arrancara su cubierta. Lograría observarse la carne roída por un ácido terrible, el de sus decoros. Aunque así, me concedo la certeza de atinar cuando propongo que algunos pocos conservan la piel intacta y dispuesta.

Súbitamente, se acerca a dos de las mujeres encubiertas y les arranca de un manotazo las máscaras. Éstas desconcertadas, miran alrededor. Una de ellas, colorada, así como la predicción del acusado, con la piel prácticamente roída, se cubre el rostro, no pudiendo soportar la luz, los colores, el pudor. La otra, maravillada, sonríe, gira la cabeza de un lado a otro, comienza a exaltarse.

El acusado también se desenmascara, se quita los guantes. Toma de la mano a la desenmascarada, sonríen ambos, caminan hacia la multitud y se pierden entre ella.

El resto de los del semicírculo queda silencioso, igual que antes, frente a aquel espectáculo.

El asistente deja caer la mano con la lapicera sobre el suelo.

Magistrado:Camisa blanca, servicio al cuarto, vista al vacío y una ración diaria de pastillas.

Los demás aplauden entusiastamente.

02/09/08

1 comentario:

Alan dijo...

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hola! que tal, acabo de escribir un montón y se me borró todo, y es feo cuando eso, pasa...


yo soy Alan, soy hijo de Vivi, ella me mostro este blog y me dijo que sos hija de una amiga de ella de hace mucho tiempo, y yo estuve por acá rondando, y me gusto, me parecieron muy buena onda todos los escritos, todo surgio porque nos llamo la atención que tu blog se llama eustaquio que es un hueso, puede ser?? del oído? y yo tengo un fotolog que es .com/el_omoplato jaja, solo eso, era, bueno te dejo un saludo y mi mail, por cualquier cosa... un gusto-

Pichon_azzo@hotmail.com