viernes, 25 de abril de 2008

Vientre desnudo


Bajaban las luces del pueblo. Los bigotes del sol nacían desde el fluido maternal de la tierra. Algunas raíces del viento soslayaban alaridos de cordilleras.

Desplomábase el día sobre Francisca. La ternura refugiada en un centímetro cúbico de sí. Y ella seguía exhalando el rocío matutino, cubriéndole el cuerpo bajo una manta de universo. Evocaba a Gervasio. Aún creía sentirlo con ella, empapándose de amaneceres, ambos y ninguno.

En una montaña empinada, sin traje de alpinismo, ni de gala, ni deportivo. Desentrajados de una realidad de la cual se regocijaban por no pertenecer. Lo anhelaba. Aún no existía la posibilidad de pensarlo fuera de ella. Quizá sin permitirse pensarlo como NO era. Quizá pensándolo como debería haber sido, y sin embargo, no fue.

No fue. Quiso que fuera y no fue.

En su cuerpo no trascendía para ella la pérdida descontrolada de líquido ni el desgarre punzante. Simplemente no soportaba la ausencia.

Se derrumbara el cielo, se despegara de la tela crepuscular algún sol sin ocre, el rostro de Francisca, impasible, plañiría la falta de Gervasio.

La tierra sesgada iba absorbiendo a Francisca. Trozos de vida, pestañas marchitas, mejillas inundadas, pelo otoñal, que se deshacían de ella.

El cuerpo descuartizado se precipitaba sobre algún hueco de erosiones, que, pronto apaciguaría lentamente, con la misma tierra, el vacío de vientre que había dejado Gervasio.

22/06/06

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