viernes, 25 de abril de 2008

Más tierra a la tierra


Te reías siniestramente, un payaso riéndose de su público… Escribías en un mármol algo, pero una espalda mimesca impedía que se vieran las palabras que formaban tus letras talladas. Siempre había pensado que tu grafía tenía mucha fortaleza, quizá ahora aquellas especulaciones lejanas, cobraran significado.

Una inquietud extrañamente aquietada invadió mi cuerpo. Primero había creído que era otra obra más que se estrenaba, una más en la que triunfaban el orgullo, la miseria, una soledad nueva incrustada en los huesos. En una segunda instancia supuse que debía ser alguna de las ironías crudas, perversas que congeniaban (antes solíamos congeniar). O por otro lado, hundiéndome en cavilaciones aún más inauditas que lo común, vislumbré la escena mentalmente.

Te acercabas y te alejabas, una imagen intermitente. Pero cada vez era más débil. Una sombra entrometida impedía que se viera el cuerpo completo. Iba oscureciendo, no se sabía si era un cuarto, un río, una intemperie; sin duda, un rincón álgido. Ningún objeto se presentaba cercano para colaborar con luz a la renegrida acción. Me confundí repentinamente al oír un saxofón, y esa batería. Te vi en el redoble de los platillos, te vi emanando aire y armonía desde la boca de ese instrumento, te vi perdiéndote en esa borrasca con las notas en las mejillas. Te vi escondiéndote entre máscaras, te vi sonriendo metafísicamente, te vi cubriéndote de sombras, de esa sombra. Te vi sin verte, te vi borrando nuestros cuentos, te vi deshaciendo aquellos nombres. No te vi. No se logra verte ya.

Tu cuello se fue estirando, de forma curiosa. Comenzaste a abrigarte de ese naranja que te sienta bien, que se funde con la piel. No lo veo, imagino. Mientras la tierra se deshacía bajo tus pies, seguías tallando, con un talante despreocupado, casi risueño. Un instante antes de la oscuridad total y eterna, una centella iluminó el rostro. Cómo pudiste reírte, cómo podías reír. Unos hilos violentos atravesaban tu boca, la prensaban. Eras presa del silencio, presa de una sombra, vestías de presa salvaje.

Cayeron las palas al descanso. Se fueron manchando el camino, a carcajadas, a zancadas, con un baile curioso. Pero el silencio penetraba la noche y la tierra, húmedas y olvidadas.

29/03/08

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