viernes, 25 de abril de 2008

Sujeto tácito



Jugaban a la competencia de “no decir nada”. Se disputaban el primer lugar como íconos del postmodernismo para medir la perversidad. La medalla era seguir en la lista de los desquiciados. Parecían disfrutarlo.

Eran los ojos que sin guiones de diálogo disfrazaban los monólogos de castigos con chispas y lamentos.

Ella musitaba que si alguna vez pudiera conocerlo, sería el fin de aquel juego. No estaba completamente segura de que fuese ésa su meta.

¿En qué estaría pensando él? Las arrugas le enterraban los gestos de expresión (si es que en algún pasado los había tenido).

Las reminiscencias más precisas que recaían entre las sombras del papel y del bolígrafo, que sostenía en su mano derecha, estaban cargados de frases que él había pronunciado. ¿Frases? Rejunte de palabras que suenan algo coherentes, intentos mal logrados de metáforas. Banalidades.

Estiró la mano y le mostró la quemadura que se había originado con la máquina.

Claro, ¿cómo no se iba a herir con ese pedazo de catramina oxidada e inútil?

Ella se la cubría con un trapo repleto de líquido para limpiar el parabrisas.

Estaban en el espacio de reunión, donde ambos llevaban a cabo los duelos semanales. Varias veces estuvieron a punto de chocar por algún mate mal cebado, por la yerba derramada, por las discusiones imprescindibles.

La mano quedó tiesa sobre la palanca de cambios, ahora ella mandaba en el ala derecha del auto.

Giro desprevenido. Pudo avistar cómo doblaba el otro vehículo, cómo los vidrios polarizados del asiento del conductor imposibilitaban que viera su propio coche.

Ella sabía que el de la izquierda, el de la mano calcinada, el de los ojos de vidrio, estaba demasiado dolorido para notar otra cosa y que su orgullo no lo dejaría admitirlo.

Pero no iba a perder esta partida del juego. Llevaban veinte minutos sobre el automóvil y todavía ninguno había siquiera murmurado.

No podía volver a perder.

31/04/06

No hay comentarios: